Cuando era sólo una niña mis padres nos llevaban dos veces al año a un parque temático. ¡Cómo esperábamos ese momento en casa! En él gastábamos las horas subiendo una y otra vez en las atracciones. Mis padres superaban el día como podían y se mostraban felices porque nos veían disfrutar.
Una de las atracciones que siempre me fascinó fue la sala de los espejos. Primero entraba con temor, agarrada de la mano de mis hermanas y cuando mis ojos se iban acostumbrando a la poca luz ,las tres juntas nos poníamos delante del mismo espejo y empezaban las risas: ¡Somos enormes! ¡Mira, ahora enanitas! Y las risas aumentaban si entraban con nosotras nuestros padres. ¡Qué fácil es ser feliz cuando eres sólo una niña!
Una de las atracciones que siempre me fascinó fue la sala de los espejos. Primero entraba con temor, agarrada de la mano de mis hermanas y cuando mis ojos se iban acostumbrando a la poca luz ,las tres juntas nos poníamos delante del mismo espejo y empezaban las risas: ¡Somos enormes! ¡Mira, ahora enanitas! Y las risas aumentaban si entraban con nosotras nuestros padres. ¡Qué fácil es ser feliz cuando eres sólo una niña!
Sin que ellos lo supiesen en cada espejo yo pedía un deseo, para mí y para los míos. En el último, antes de salir a la luz, pedía saber cómo sería mi futuro porque creía que el espejo era mágico.
¿Quién no ha soñado con un espejo que le explique cómo será su futuro? Me pregunto por qué las personas tenemos esta necesidad de saber y controlar lo que sucederá, gastamos fuerzas y más fuerzas en querer anticiparnos sin darnos cuenta que no es posible. A veces lo hacemos movidos por el miedo que tenemos muchos adultos a equivocarnos, a controlar, a saber y querer que todo saldrá bien...y digo adultos porque los niños lo viven diferente. Los niños prueban a pensar a lo grande, intentan cosas, inventan objetos y les da igual qué pasará cinco minutos después porque no piden nada.
¿Quién no ha soñado con un espejo que le explique cómo será su futuro? Me pregunto por qué las personas tenemos esta necesidad de saber y controlar lo que sucederá, gastamos fuerzas y más fuerzas en querer anticiparnos sin darnos cuenta que no es posible. A veces lo hacemos movidos por el miedo que tenemos muchos adultos a equivocarnos, a controlar, a saber y querer que todo saldrá bien...y digo adultos porque los niños lo viven diferente. Los niños prueban a pensar a lo grande, intentan cosas, inventan objetos y les da igual qué pasará cinco minutos después porque no piden nada.
Supongo que debería aprender de una vez por todas que nadie nos podrá decir cómo será nuestro futuro, qué sucederá, cómo crecerán los peques de casa, qué conseguiremos o viviremos… El exceso de control provoca que seamos más inseguros y nos hace perder una fuerza que podemos utilizar en otros temas que lo requieren. Así que toca confiar, respirar, relajarse y volver a confiar…todo sucede por una razón, que quizás no siempre tenemos por qué conocer. Confiar...
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