Querida Yolanda,
se quedó flotando, de tu
última carta , la imagen de tus manos de niña sobre las de tu abuela, en un
gesto de ternura y confianza que me encantó. Como sabes estoy haciendo un
taller de fotografía con abuelos en un Residencial y es un tema, el de la edad,
que tengo presente.
Me fijo mucho precisamente en sus manos – la parte más expuesta de su cuerpo a parte del rostro. Especialmente cuando sostienen las fotografías y abren un puente a su historia personal, cuando reposan sobre la mesa sin prisa, tranquilas, cuando también entre mis manos son un modo de hacer vínculo, cuando tiemblan, cuando apenas torpemente pueden recoger lo que se les cae al suelo, cuando el gesto acompaña la voz y se sienten escuchados, cuando las mueven amonestando a algún compañero, cuando señalan en el aire de la memoria los lugares donde han vivido.
Te contaré un poco más de esta experiencia. Cada día les propongo hablar de un tema: ¿Quién soy?, la familia, el Hogar, ¿a qué me he dedicado, la infancia, etc. Trabajamos a partir de fotos que traigo para abrir la memoria y favorecer el diálogo, les traigo preguntas sobre cada tema que tienen que responder, comentar fotos de gente que no conocen, traer sus fotos y hablar de ellas. Hacemos retratos y grabo sus intervenciones en vídeo para hacer un documental que se verá al final del taller en el Ayuntamiento.
No es fácil trabajar con un
grupo de mayores. En primer lugar porque el número es elevado y eso no permite
una atención como la que desearía. Algo que tuve en cuenta cuando preparaba el
taller es que la Tercera Edad como colectivo no existe. Donde hay personas hay
individualidades. Eso se ha visto en el grupo. Hay diferentes ritmos y
diferentes potencialidades y dificultades propias de la edad que condicionan
las sesiones y a las que me adapto, como se han tenido que adaptar ellos y
ellas.
Les encanta que les
escuchen. Pasar el rato escuchando y rompiendo la monotonía de la tarde es
tarea estimulante para ellos. Cuentan historias pequeñas y maravillosas, se
enfadan entre ellos, se reprochan cosas, se ríen, algunos desconectan porque no
escuchan bien.
Calibro en sus rostros los
recuerdos que duelen y los que les hacen feliz. La mayoría, en el tramo final
de sus vidas, valora el bienestar en lo más básico. Carme, una mujer de 92 años
del barrio de Gràcia en Barcelona, lo ejemplificaba como nadie. Tras relatar la
humildad y la escasez en su infancia valoraba la limpieza, la amabilidad y el
amor con el que consideraba que estaba hecha la comida.
Quico busca siempre quedarse
hasta el final y yo le ofrezco un rato de exclusividad que creo me está
pidiendo.
Es un placer trabajar de
algo que te hace crecer como persona.
No quisiera acabar la carta sin responder a la pregunta abierta que me lanzabas sobre “innovar”. Es un contraste curioso con lo que acabo de contar. Tenemos asociada la idea de que en la vejez no suceden ya este tipo de cambios. Pero la vida sigue aportando situaciones donde es necesario.
Pienso que la “creatividad” es una herramienta importante para esa “innovación”. Siendo creativos en la resolución de nuestros deseos podemos optar a más oportunidades de satisfacernos. Para cada situación a valorar se pueden plantear tantas posibilidades como nos sean posibles, modelando nuestra experiencia o la experiencia ajena, es decir, recorriendo en nuestra historia personal lo que ya nos ha funcionado, ls habilidades de las que ya disponemos y en otro momento nos fueron útiles, imaginando cómo podría funcionarnos algo y creando así posibilidad, observando en nuestro entorno lo que a otros les funciona y poniéndolo en marcha. Es decir, creando un abanico de posibilidades para luego escoger la que mejor se adapta a nuestro deseo.
Para dar una respuesta a una situación cuantas más variantes tengamos más posibilidades de éxito.
Ahora sí me despido después
de estos días de lluvia que han limpiado el ambiente y renuevan el aire.
Te dejo un abrazo por aquí y
unos versos de un poema de José Saramago sobre la vejez.
Qué cuántos años tengo? -
¡Qué importa eso !
¡Tengo la edad que
quiero y siento!
La edad en que
puedo gritar sin miedo lo que pienso.
Hacer lo que deseo,
sin miedo al fracaso o lo desconocido..
. Pues tengo la
experiencia de los años vividos
y la fuerza de la
convicción de mis deseos.
¡Qué importa
cuántos años tengo!
¡No quiero pensar
en ello!
Pues unos dicen que
ya soy viejo,
y otros "que
estoy en el apogeo".
Pero no es la edad
que tengo, ni lo que la gente dice,
sino lo que mi
corazón siente y mi cerebro dicte.
Tengo los años
necesarios para gritar lo que pienso,
para hacer lo que
quiero, para reconocer yerros viejos,
> rectificar caminos y
atesorar éxitos.
Ventu
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