Cada vez lo tengo más claro y estoy más convencida de ello: dejar de controlar nos hace más libres, más felices, más sabios, más espontáneos...
Uno de mis grandes retos desde que llegué a New Zelanda ha sido ser capaz de hacerlo. Y ahí estamos, avanzando mucho pero aún con camino por recorrer.
Uno de mis grandes retos desde que llegué a New Zelanda ha sido ser capaz de hacerlo. Y ahí estamos, avanzando mucho pero aún con camino por recorrer.
Cuando te instalas en otro país tan diferente al tuyo el inicio viene marcado por un cierto "des-centramiento" y tensión especialmente por la impotencia de no poder controlar lo que pasa a tu alrededor. Todo es distinto: cambia el paisaje, el clima, la comida, los horarios, tu casa, tus gente más cercana. Te esfuerzas por entender y explicarte haciéndolo en un idioma diferente al tuyo pero hay muchas cosas que al principio no comprendes. A veces te gusta lo que pasa a tu alrededor y en otras ocasiones volverías a hacer las maletas y cogerías un avión para volver a casa y sentirte más segura, en tu territorio, allí donde controlas casi todo.
Me doy cuenta que el dejar de controlar me ha permitido abrirme a nuevas cosas, es como si las hubiese dejado entrar en mi. Me ha permitido abrirme a una "nueva dimensión" que en su inicio me molestaba e inquietaba pero que ahora disfruto en ella. Vivo en el aquí y no en el allá. Programo únicamente la semana sabiendo el trabajo que tengo por hacer para poder cumplir con mis compromisos. Sigo unos horarios que me dan estabilidad, que me implican mucho esfuerzo y horas de estudio, pero me siento más abierta a todo lo que vivo en cada instante. No veo la tele, no escucho la radio, no me preocupo ni me obsesiono por el tiempo que hará así que cuando me levando toca salir al exterior y descubrir si hace más o menos frío y al comunicarme con los demás intento entender qué sucede a mi alrededor y pienso cómo aprender de y con ello.
Dejar de controlar no es abandonarse, no es dejar de hacer todo aquello que te apasiona o te hace feliz, no es olvidarse de las obligaciones personales y profesionales. Dejar de controlar es permitir que las cosas lleguen como tengan que venir, como ellas eligen, como el mundo te las envía, aceptarlas, intentar con flexibilidad adaptarte a ellas y seguir caminando, siempre hacia delante.
Dejar de controlar no es abandonarse, no es dejar de hacer todo aquello que te apasiona o te hace feliz, no es olvidarse de las obligaciones personales y profesionales. Dejar de controlar es permitir que las cosas lleguen como tengan que venir, como ellas eligen, como el mundo te las envía, aceptarlas, intentar con flexibilidad adaptarte a ellas y seguir caminando, siempre hacia delante.
Un ejercicio previo que hice antes de llegar a NZ y que creo que fue un gran acierto fue no tener toda la información de donde viviría, qué tipo de comida comería, con qué gente me encontraría...En ocasiones me costó bastante hacerlo pero creo que llegar así, sin una idea tan cerrada y preconcebida de todo, fue una buena opción para iniciar una nueva vida.
Después de tres meses viviendo en las antípodas he pasado por muy buenos momentos y algunos más complicados pero todos suman, absolutamente todos. Los momentos de risas o aprendizajes increíbles y desbordantes se suman a momentos de soledad y añoranza. Pero creo que estoy entendiendo que si las cosas suceden es por alguna razón y si no lo hacen también es porque no deben hacerlo. Tan sólo es eso, dejar de controlar y fluir.
Buen fin de semana NO controlador a tod@s!
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