miércoles, 4 de febrero de 2015

BAJO LOS PIES: Carta 36 Km 35 " La vida sencilla"

Hola!!!!
               Te agradeceré de nuevo los cariños de la última carta y que trajeras aquí uno de los vínculos indudables que, como dices, nada casualmente, nos ha juntado de nuevo.   Aquel incidente lo había olvidado casi por completo, no formaba parte de las cosas que mi memoria había escogido para recordarte. Tengo una memoria que retiene pulsiones de felicidad más que escenas conflictivas. Eso es algo que me gusta. Al abrir de nuevo esa puerta llegaron imágenes sueltas, fotogramas y escenas que contribuyeron a crear un vínculo que ahora vuelve y claro, no nos puede sorprender. 
En cierto modo es como reencarnarse en un afecto pasado. Vivir experiencias vinculantes, creadoras de lazos, y luego fluir bajo tierra como el río Guadiana y volver a salir años después para desembocar en algo. 
Sí, algo así me está pasando en esta época a la que están llegando varias personas con las que en el pasado me unió un vinculo importante y ahora nos contemplamos en la madurez con lo mejor del pasado y lo mejor del presente. Somos los mismos y no en esta “vida sencilla”. 

Al hilo de lo que reflexionabas sobre la suerte, leí una frase de Asimov que decía aquello de que “la suerte favorece solo a la mente preparada”. Tus palabras resonaban al leerte en mi propia experiencia. La experiencia que no es una entelequía. La experiencia, a mi modo de entender ahora la vida, se queda a vivir en el cuerpo. Trato de identificar mis emociones en este saco de huesos y carne que soy. Si siento rabia dónde la siento, cómo se manifiesta. Si siento alegría qué parte de mi cuerpo responde, cuál es la parte física de la alegría.
En estos días volví a tratar con la muerte y sus aledaños.  Mi cuerpo, al que le atribuyo una memoria mental, volvió a ponerse el traje que fabricó con el dolor del pasado. Pude verlo. Estar despierto y conectado tiene esa ventaja. Verte porque te miras. Al verme así, de nuevo encorvado, de nuevo tenso, de nuevo la respiración entrecortada, pude comprender y reconducir la postura, controlar la respiración, posicionarme en otro lugar. Es conneniente decirle al cuerpo que estás, que entiendes por qué te causa el malestar. Y de nuevo sonreír. Sonreír nos hace más guapos – qué razón en lo que decía tu abuela – porque nos hace seres más luminosos. Y sin miedo a generalizar podría afirmar que todos y todas queremos luz.

Me leo y me sorprendo. Como cuando uno coge una pista forestal y luego una vereda mirando arriba, parando cada cierto tiempo a descansar, y llega al fin a la cima y contempla dónde está, la maravillosa vista, y puede ver con sorpresa y cierto orgullo por dónde ha subido, la ruta que le ha traído hasta esa vista. Yo me veo así, sorprendido de leerme ciertas reflexiones de un renovado yo y entonces miro hacia atrás para ver cómo he llegado hasta ese pensamiento. Nada es gratuito. Detrás un gran esfuerzo y algo de valentía para afrontar la vida con sencillez, desprenderse, ver pasar los kilómetros sin notar el esfuerzo. Me daba cuenta el lunes de que corro mejor ahora que mentalmente estoy fuerte.
           Voy a buscar un poema al azar y encuentro este de Octavio Paz. Y veo que tiene que ver tanto con lo que acabo de escribir que decido no escribir más y dejarte con el poema:

Llamar al pan y que aparezca
sobre el mantel el pan de cada día;
darle al sudor lo suyo y darle al sueño
y al breve paraíso y al infierno
y al cuerpo y al minuto lo que piden;
reír como el mar ríe, el viento ríe,
sin que la risa suene a vidrios rotos;
beber y en la embriaguez asir la vida,
bailar el baile sin perder el paso,
tocar la mano de un desconocido
en un día de piedra y agonía
y que esa mano tenga la firmeza
que no tuvo la mano del amigo;
probar la soledad sin que el vinagre
haga torcer mi boca, ni repita
mis muecas el espejo, ni el silencio
se erice con los dientes que rechinan:
estas cuatro paredes ?papel, yeso,
alfombra rala y foco amarillento?
no son aún el prometido infierno;
que no me duela más aquel deseo,
helado por el miedo, llaga fría,
quemadura de labios no besados:
el agua clara nunca se detiene
y hay frutas que se caen de maduras;
saber partir el pan y repartirlo,
el pan de una verdad común a todos,
verdad de pan que a todos nos sustenta,
por cuya levadura soy un hombre,
un semejante entre mis semejantes;
pelear por la vida de los vivos,
dar la vida a los vivos, a la vida,
y enterrar a los muertos y olvidarlos
como la tierra los olvida: en frutos…
Y que a la hora de mi muerte logre
morir como los hombres y me alcance
el perdón y la vida perdurable
del polvo, de los frutos y del polvo.

Es como si Octavio Paz hubiera vuelto para leer nuestras cartas y escribir un poema.
Feliz Semana
Te abrazo.
Ventu

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