Hola!!!!
Te agradeceré de nuevo los cariños de la
última carta y que trajeras aquí uno de los vínculos indudables que, como
dices, nada casualmente, nos ha juntado de nuevo. Aquel incidente lo
había olvidado casi por completo, no formaba parte de las cosas que mi memoria
había escogido para recordarte. Tengo una memoria que retiene pulsiones de felicidad
más que escenas conflictivas. Eso es algo que me gusta. Al abrir de nuevo esa
puerta llegaron imágenes sueltas, fotogramas y escenas que contribuyeron a
crear un vínculo que ahora vuelve y claro, no nos puede sorprender.
En cierto modo es como
reencarnarse en un afecto pasado. Vivir experiencias vinculantes, creadoras de
lazos, y luego fluir bajo tierra como el río Guadiana y volver a salir años
después para desembocar en algo.
Sí, algo así me está
pasando en esta época a la que están llegando varias personas con las que en el
pasado me unió un vinculo importante y ahora nos contemplamos en la madurez con
lo mejor del pasado y lo mejor del presente. Somos los mismos y no en esta
“vida sencilla”.
Al hilo de lo que
reflexionabas sobre la suerte, leí una frase de Asimov que decía aquello de que
“la suerte favorece solo a la mente preparada”. Tus palabras resonaban al
leerte en mi propia experiencia. La experiencia que no es una entelequía. La
experiencia, a mi modo de entender ahora la vida, se queda a vivir en el
cuerpo. Trato de identificar mis emociones en este saco de huesos y carne que
soy. Si siento rabia dónde la siento, cómo se manifiesta. Si siento alegría qué
parte de mi cuerpo responde, cuál es la parte física de la alegría.
En estos días volví a
tratar con la muerte y sus aledaños. Mi cuerpo, al que le atribuyo una
memoria mental, volvió a ponerse el traje que fabricó con el dolor del pasado.
Pude verlo. Estar despierto y conectado tiene esa ventaja. Verte porque te
miras. Al verme así, de nuevo encorvado, de nuevo tenso, de nuevo la
respiración entrecortada, pude comprender y reconducir la postura, controlar la
respiración, posicionarme en otro lugar. Es conneniente decirle al cuerpo que
estás, que entiendes por qué te causa el malestar. Y de nuevo sonreír. Sonreír
nos hace más guapos – qué razón en lo que decía tu abuela – porque nos hace
seres más luminosos. Y sin miedo a generalizar podría afirmar que todos y todas
queremos luz.
Me leo y me sorprendo.
Como cuando uno coge una pista forestal y luego una vereda mirando arriba,
parando cada cierto tiempo a descansar, y llega al fin a la cima y contempla
dónde está, la maravillosa vista, y puede ver con sorpresa y cierto orgullo por
dónde ha subido, la ruta que le ha traído hasta esa vista. Yo me veo así,
sorprendido de leerme ciertas reflexiones de un renovado yo y entonces miro
hacia atrás para ver cómo he llegado hasta ese pensamiento. Nada es gratuito.
Detrás un gran esfuerzo y algo de valentía para afrontar la vida con sencillez,
desprenderse, ver pasar los kilómetros sin notar el esfuerzo. Me daba cuenta el
lunes de que corro mejor ahora que mentalmente estoy fuerte.
Voy a buscar un poema al azar y encuentro este de Octavio
Paz. Y veo que tiene que ver tanto con lo que acabo de escribir que decido no
escribir más y dejarte con el poema:
Llamar al pan y que
aparezca
sobre el mantel el pan de
cada día;
darle al sudor lo suyo y
darle al sueño
y al breve paraíso y al
infierno
y al cuerpo y al minuto lo
que piden;
reír como el mar ríe, el
viento ríe,
sin que la risa suene a
vidrios rotos;
beber y en la embriaguez
asir la vida,
bailar el baile sin perder
el paso,
tocar la mano de un
desconocido
en un día de piedra y
agonía
y que esa mano tenga la
firmeza
que no tuvo la mano del
amigo;
probar la soledad sin que
el vinagre
haga torcer mi boca, ni
repita
mis muecas el espejo, ni
el silencio
se erice con los dientes
que rechinan:
estas cuatro
paredes ?papel, yeso,
alfombra rala y foco
amarillento?
no son aún el prometido
infierno;
que no me duela más aquel
deseo,
helado por el miedo, llaga
fría,
quemadura de labios no
besados:
el agua clara nunca se
detiene
y hay frutas que se caen
de maduras;
saber partir el pan y repartirlo,
el pan de una verdad común
a todos,
verdad de pan que a todos
nos sustenta,
por cuya levadura soy un
hombre,
un semejante entre mis
semejantes;
pelear por la vida de los
vivos,
dar la vida a los vivos, a
la vida,
y enterrar a los muertos y
olvidarlos
como la tierra los olvida:
en frutos…
morir como los hombres y
me alcance
el perdón y la vida
perdurable
Es como si Octavio Paz
hubiera vuelto para leer nuestras cartas y escribir un poema.
Feliz Semana
Te abrazo.
Ventu
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