Siempre me ha gustado escribir. En mi primer viaje, a los 17 años para ir a Costa de Marfil como voluntaria de una ONG para trabajar con los niños y jóvenes que vivían en la calle, empecé a escribir en una libreta todo lo que hacía y, especialmente, lo que sentía. Cierro los ojos y me veo escribiendo en muchos lugares del mundo donde he podido vivir y viajar. Recuerdo escribir:
- En mi pequeña habitación en Duékoué (África) protegida por una mosquitera después de trabajar todo en el día en un dispensario traduciendo a una maravillosa enfermera y curando las llagas de enfermos.
- En Lima, mientras nos disponíamos a cargar camiones, en frías noches de invierno, con grandes ollas en busca de los niños y jóvenes "pirañitas" que quizás dejarían de esnifar cola durante unas horas para compartir un plato de sopa caliente.
- En la furgoneta que me llevó a recorrer el norte de la India y descubrir Nepal haciendo un trekking por Pokhara.
- En Egipto mientras descubría la inmensidad de las pirámides o en Jordania después de visitar la majestuosa Petra y flotar en el mar muerto.
También en Cuba, Portugal, Senegal, los Parques Naturales de Estados Unidos o Canadá, en Nueva York, en San Francisco, los Ángeles, Boston o San Diego, en Japón, Singapur, Camboya, Vietnam, Finlandia, Londres, París, Roma, Croacia, México, Noruega, Australia o mi año de estudio en Nueva Zelanda. Creo que nunca había puesto por escrito los lugares que he podido visitar...y me siento muy afortunada ¡Qué bien me ha hecho escribir y viajar! Creo que estos viajes fueron tan especiales por las personas con los que los hice o pude llegar a conocer. De ellos he aprendido que la vida es ver, escuchar y experimentar. Viajar es sentir que no eres nada y todo a la vez, que no tienes nada y que lo tienes todo, que el mundo puede ser muy inmenso o muy pequeño. Cierro los ojos y me traslado a algunos de estos lugares y casi puedo sentir lo qué sentía en algún momento concreto, recuerdo las risas compartidas con los de siempre, los apuros y malos momentos y los sentimientos de echar de menos a los míos desde la lejanía pero no siempre querer volver... Esta semana he valorado más que nunca y echado de menos el poder viajar. No siempre fue fácil, durante el curso combinaba los estudios con trabajos diversos para ahorrar y poderme pagar estos viajes y ahora me alegro muchísimo de ese esfuerzo.
Recuerdo cada una de las libretas utilizadas, hasta podría recordar la pluma o bolígrafo con las que escribía en cada momento. No he perdido este gran hábito y algunas de estas reflexiones pasan a ser un post para este blog. Escribir es un acto terapéutico: te ayuda a ordenar ideas y sentimientos, te serena, te permite ver las cosas con perspectiva y relativizar. ¡Y eso es lo que necesitamos en estos momentos! Nadie se podría haber imaginado lo que estamos viviendo. Muchos de los proyectos que teníamos programados y por los que habíamos trabajado muy duro los hemos tenido que anular y otros agendarlos de nuevo, con la incertidumbre de si realmente serán posibles. La incertidumbre no siempre es una buena compañera de viaje aunque tiene sus ventajas: te hace darte cuenta de que nada es finito, ni para siempre ni seguro. La intranquilidad que en ocasiones te transmite puede convertirse en un motor de cambio, de evaluación personal o de punto de inflexión.
Ahora ya tengo una libreta más, la libreta del confinamiento. He reflexionado mucho: sobre el trabajo, la importancia de leer e investigar, sobre la bondad, sobre la ternura, sobre los sentimientos que afloran cuando te falta la libertad y la posibilidad de elegir, cuando la información es confusa, cuando no puedes controlar la rabia o el enfado. También sobre la importancia de saber esperar, de confiar. Ojalá que cuando pase todo esto no olvidemos lo vivido, reflexionado y aprendido. Ojalá que sigamos valorando la importancia que tiene dedicar parte de nuestro presupuesto a la investigación y no al armamento, que la gente es más humana de lo que nos pensamos, que la salud está por encima de todo, que nuestros vecinos tienen un nombre y los sanitarios, celadores o limpiadores son los verdaderos héroes de nuestra sociedad. Ojalá que no olvidemos que somos lo que somos por nuestros mayores, padres y abuelos, que ahora tanto necesitamos. Ojalá que nunca volvamos a pensar que no tenemos tiempo para un abrazo o una llamada.
Parece que en breve podremos salir de casa, hagámoslo con mucha cabeza y seamos responsables de cada una de nuestras acciones personales por el bien de los demás y por nosotros mismos. Pero cuando salgamos: disfrutemos más que nunca, de cada paseo, de cada entrenamiento, de nuestra libertad.
Buen fin de semana a tod@s!
Ahora ya tengo una libreta más, la libreta del confinamiento. He reflexionado mucho: sobre el trabajo, la importancia de leer e investigar, sobre la bondad, sobre la ternura, sobre los sentimientos que afloran cuando te falta la libertad y la posibilidad de elegir, cuando la información es confusa, cuando no puedes controlar la rabia o el enfado. También sobre la importancia de saber esperar, de confiar. Ojalá que cuando pase todo esto no olvidemos lo vivido, reflexionado y aprendido. Ojalá que sigamos valorando la importancia que tiene dedicar parte de nuestro presupuesto a la investigación y no al armamento, que la gente es más humana de lo que nos pensamos, que la salud está por encima de todo, que nuestros vecinos tienen un nombre y los sanitarios, celadores o limpiadores son los verdaderos héroes de nuestra sociedad. Ojalá que no olvidemos que somos lo que somos por nuestros mayores, padres y abuelos, que ahora tanto necesitamos. Ojalá que nunca volvamos a pensar que no tenemos tiempo para un abrazo o una llamada.
Parece que en breve podremos salir de casa, hagámoslo con mucha cabeza y seamos responsables de cada una de nuestras acciones personales por el bien de los demás y por nosotros mismos. Pero cuando salgamos: disfrutemos más que nunca, de cada paseo, de cada entrenamiento, de nuestra libertad.
Buen fin de semana a tod@s!
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