La comunicación es un proceso de intercambio de información. La palabra comunicación deriva del latín “communicare” y significa compartir algo, poner en común. Es un fenómeno inherente a la relación que los seres vivos mantienen unos con los otros. Sin ella no habría intercambio y sin reciprocidad la vida humana sería un periodo vacío y carente de sentido. Necesitamos poner en común con los demás nuestros sentimientos, conocimientos y experiencias y esta comunicación crea el mundo donde vivimos. Comunicamos por muchos motivos: para demostrar, discutir y argumentar, también para colaborar y explorar. Comunicamos con las palabras y con el lenguaje no verbal (curiosamente es este el que contiene mayor información sobre la mentira (Vrij, 2010)). Transmitimos con los gestos, con un abrazo o llorando juntos, y así la comunicación es posible y adquiere significado. Es necesario e imprescindible que el receptor posea la habilidad para descodificar el mensaje y así poderlo interpretar.
Las palabras nos
acercan a los demás pero en ocasiones estas salen de nuestras bocas de forma
enmascarada, sin ser realmente verdad. Mentimos con ellas pero esperamos que
los demás no hagan lo mismo porque siempre deseamos que nos digan lo que es
real o que se cumplan las promesas que recibimos. En la comunicación humana la
mentira juega un papel activo y en ella se produce una mezcla continua entre ella
y la verdad. Las palabras nos ayudan a describir lo que hay y sucede a nuestro
alrededor. Pero ¿son las palabras las que nos ayudan a describir la realidad o
son la responsable de crearla?
El silencio
también comunica y en él adquieren sentido muchas palabras. El silencio marca
el principio y el final de una conversación, nos permiten recoger información,
asimilarla, elaborarla y transmitirla. El silencio puede otorgarnos poder o
quitárnoslo. Como Lacordaire afirmaba: “Después de la palabra, el silencio es
el segundo poder del mundo”. Existen muchos tipos de silencios: silencios
espeluznantes, silencios acogedores, silencios esperanzadores, silencios llenos
y silencios vacíos. Sin silencio la comunicación no sería posible.
Otro aspecto esencial
en la comunicación es la capacidad de escuchar. Es una habilidad difícil de
dominar, desarrollar y hasta de encontrarla en el tipo de sociedad donde
habitamos. Quien la posee dispone de una gran inteligencia emocional. La
escucha se convierte es una parte fundamental del intercambio porque escuchar a
los demás nos hace personas más compasivas y más amables. Nos permite intuir
qué quiere la vida y los demás de nosotros.
No podemos obviar
que en la comunicación aparece la mentira. La mentira forma parte en la
formación y consolidación de las comunidades. Como afirma González (2006) la
mentira considerada como una función humana se vislumbra desde la prehistoria.
La falsedad y la mentira salpican nuestra historia y está presente en momentos
que han marcado el transcurso de la humanidad. Podemos afirmar que nuestra
historia miente. Pero ¿es innata en la comunicación y vida del ser humano? ¿Por
qué el ser humano tiene necesidad de mentir? ¿Vivíamos antes en un mundo más
honesto y confiado como afirmaba Minogue? ¿A alguien le gusta que le mientan? ¿Por
qué mentimos más unos que otros? ¿Podemos justificar la mentira? Preguntas
difíciles de responder en una sociedad que lleva al ser humano a utilizar la
mentira y el engaño para integrarse en ella asumiendo la responsabilidad
personal pertinente.
Los motivos de la
utilización de esta mentira y del engaño podrían estar relacionados y ser
producto por una parte de la interacción continua con el medio y por otra ser intrínseco
del individuo; llegando a la conclusión que ambas cuestiones se complementan y se
amplían una a la otra.
Las personas, como
decía Bullock (2007) prefieren que los demás no digan nada a que les mientan. A
nadie le gusta recibirlas pero una cuestión es recibir una mentira y otra muy
diferente sentirse engañado.
La mentira y el
engaño forman parte de las relaciones humanas pero mentir y engañar no
significan lo mismo. La Real Academia Española de la Lengua describe el mentir
como decir o manifestar lo contrario a lo que se sabe, se cree o se piensa y
engañar el dar a la mentira apariencia de verdad o inducir a alguien a tener
por cierto lo que no lo es, valiéndose de palabras y de obras aparentes o
fingidas. Mientras que la mentira se refiere al contenido del mensaje y puede
estar asociada a la violencia, la infidelidad, etc., el engaño implica una
intencionalidad del emisor.
En toda nuestra
vida, las relaciones que establecemos con los demás giran entorno a la
confianza o desconfianza que depositamos en estas y en nosotros mismos. Sin
confianza no podríamos vivir ni relacionarnos: no podría darse la solidez en
una pareja, la unión en un grupo de amigos o la consecución de objetivos
comunes en las organizaciones.
Preferimos
recibir una mentira y no darnos cuenta que nos engañan, especialmente por
alguien cercano y del que tenemos estima y aprecio pero también evitamos ser
perjudicados por ello. Como afirmaba
Nietzsche “los hombres no huyen tanto de ser engañados como de ser perjudicados
mediante el engaño”. Nos esforzamos en
pensar que los que nos rodean y, especialmente a los que apreciamos o admiramos,
nos dicen siempre la verdad. El valor de la confianza es indispensable en la
convivencia humana para que esta pueda basarse en los valores del respeto, la
estima y la ayuda mutua. Una sociedad que confía en los demás es una sociedad
que se apoya, que no finge y es honrada, que acoge y se anima a avanzar. La
confianza proporciona al individuo seguridad, bienestar, alegría e ilusión, hace
a las personas más valientes y fuertes, más reflexivas y libres pudiendo
establecer así lazos sólidos de reciprocidad y lealtad con los demás.
En la
comunicación siempre aparece un porcentaje de posibilidad de que emerja la
mentira. Esto puede convertirse en una costumbre o en algo muy cotidiano. Es oportuno
constatar la aceptación de la mentira en la vida social ya que en ocasiones se
convierte en algo necesario y justificable para el bien común. Pero ¿debemos
convertirnos en personas mentirosas y desconfiadas? ¿Debemos tolerar un tipo de
mentiras más que otras? Preguntas complicadas también de responder.
No todas las
mentiras son iguales. Hay mentiras breves, otras extensas, hay mentiras
intensas, malas y punzantes otras son más superfluas. Las descubrimos en las
noticias de la prensa escrita, en las conversaciones que establecemos
diariamente; las escuchamos en la radio mientras volvemos a casa y cuando
encendemos el televisor. La necesidad de querer informar rápidamente, la
inmediatez que impera en todo tipo de comunicación actualmente provoca que
muchas veces se deforme la información y se usen datos erróneos para ganar
protagonismo o diferenciarse de los demás. Esta inmediatez crea en ocasiones
falsas o erróneas informaciones en su difusión. Igual sucede en Facebook, Twitter
o en otras redes sociales donde se busca el impacto y la empatía con los
destinatarios y usuarios de la red.
No todas las
mentiras nos afectan igual. Según Sullivan (2013) hay mentiras más tolerables
que otras. Para que estas lo sean deben ser ingeniosas o divertidas, con
consecuencias leves y sin que nos ofendan, en cierto punto inofensivas o que sus
motivos no perjudiquen a nadie. Deben ser pronunciadas por un ser simpático,
que sea una persona débil y no tenga otra forma de enfrentarse al injusto
poderoso.
Pero ¿por qué el
ser humano miente? El hombre miente por motivos diversos: por necesidad, para
obtener beneficio, por conveniencia, para evitar conflictos, por costumbre,
para protegerse o salvaguardar ante los demás una determinada visión de las
cosas. Se miente para no sentirse excluido, por reproche, para ser más
atractivo o inteligente, para llamar la atención, para culpar a otra persona o
para no asumir responsabilidades. Somos mentirosos por naturaleza ya que somos
hasta capaces de mentirnos a nosotros mismos. Pero no siempre las connotaciones
de la mentira son perjudiciales, también se miente por razones que pueden ser
positivas. Se puede mentir para dar una sorpresa, para ayudar, para alegrar y
hacer más felices a los demás, para no frustrar ilusiones o iniciativas, para
no herir o proteger la intimidad delante de desconocidos o dentro un grupo,
etc.
Decir mentiras de
forma continua y condicionada ¿nos permite ser lo que realmente somos? La
mentira, según Rafael Benítez, cumple no sólo la función de ocultar la verdad,
sino también la de ofrecer una impresión favorable ante los otros de nosotros mismos.
Esto nos ayuda a adquirir poder, seguridad y protección y evitar la vergüenza
pública y valoración negativa de los demás.
¿A qué tenemos
miedo? ¿A asumir las consecuencias de la verdad? ¿A conocernos mejor, a
compartir los que pensamos o sentimos con temor a no ser entendidos y acogidos?
¿a ser nosotros mismos? Según Ekman y Sullivan(1991): “El miedo a las
consecuencias de que la verdad se sepa se une al miedo a ser descubierto
mintiendo y al mayor o menor sentimiento de culpa por mentir”.
Nos empeñamos una
y otra vez a proteger ante los demás una determinada imagen que pensamos que
los demás tienen de nosotros para que nos consideren más inteligentes,
poderosos o atractivos. Habitualmente aceptamos valores e ideas sin
discutirlas, sin reflexionarlas, sin replantearnos si son ciertas o no porque
necesitamos que encajen en lo que creemos o nos gustaría que fuese la realidad.
El autoengaño nos distancia de la realidad y nos invita a evadirnos de nuestras
responsabilidades.
Nos esforzamos a
vivir en un mundo estable y seguro que en realidad no existe para que nos
acepten sin reproches ni discusiones. Es necesario conocer cuáles son nuestras
emociones y sentimientos, descubrir qué es lo que realmente nos hace feliz,
asumir nuevos retos, dejando de ser lo que realmente no somos siendo capaces de
defender nuestras ideas para abandonar la necesidad de utilizar la mentira como
vehículo de aceptación. Este crecimiento personal nos aleja de la mentira y la
exageración.
¿Es posible
encontrar a una persona que no mienta nunca? ¿La sociedad resistiría la inexistencia
de la mentira? Si fuera así sería quizás una sociedad con seres carentes de
imaginación, rígidos y con dificultades para establecer vínculos emocionales y relaciones
fluidas y correctas con otras personas. O quizás no, tal vez todo sería más
sencillo, no existirían los rumores, ni los cotilleos ni los bulos y no se
produciría en ningún caso una distorsión de la realidad.
La mentira hace
acto de presencia en todos los ámbitos de la sociedad, habiéndose apoderado de
algunos de ellos. En ella el doble mensaje está latente en cada relación. Ha transformado
y animado a muchos hombres a actuar, siguiendo impulsos primitivos, para
satisfacer así sus necesidades e intereses por encima de las del grupo. Si
observamos a nuestro alrededor podemos afirmar que mienten los políticos, los
publicistas, los profesores, los vendedores, los abogados, los carniceros; en
definitivamente todo el mundo. El que miente se esfuerza por retener, ocultar
información o proporcionar información falsa intencionadamente. En ocasiones
también es capaz de presentar información falsa para engañar.
¿Y qué hacer para
mejorar esta situación? ¿Es posible impulsar la veracidad en la sociedad
actual? La esperanza de que la sociedad puede cambiar y el trabajar por ello
debe convertirse en el gran reto que los educadores y profesores deben querer
alcanzar con su trabajo diario. ¿Cómo hacerlo?
- Animemos a
nuestros alumnos a huir de la mentira. La sociedad no debe tolerar al que
miente únicamente en su beneficio.
- Trasmitamos diariamente
palabras de ánimo y de seguridad utilizando expresiones que difundan confianza para
que se sientan aceptados y que no piensen que si no son ellos mismos crearán
decepción o malestar en los demás.
- Enseñemos a persuadir
pero no a mentir. La persuasión sin coacción nos permitirá intercambiar
pensamientos y opiniones sobre creencias y formas de vida.
- Argumentemos la
importancia que adquiere poder mantener nuestra palabra, actuando y viviendo con
integridad, compromiso y consistencia.
- Comprometámosnos
con la verdad y la realidad, aquí está la clave para que la mentira acabe
extinguiéndose o reduciéndose.
- Asumamos que el
mundo no es un lugar estable y comprensible al 100% porque así dejaremos de
poner toda nuestra energía en intentar interpretarlo o explicar bajo nuestro
punto de vista y empezaremos a entender, asumir y gozar más de la vida.
Muy buen fin de semana VERDADERO a tod@s!
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